La caja

El arte es la vida.

Antonin Artaud

Antes de hallar la caja definitiva, hice varias pruebas con cajas de cartón y no me convencieron. “Claro”, me decía, “¿cómo voy a elegir de manera fácil el lugar donde guardar lo más preciado?”.

Encontré en amazon esta caja de pino sin tratar (30x40x14) y la vi perfecta. Amplia, no muy alta y con asas. La lijé despacio, la pinté, la lijé de nuevo y protegí la pintura con cera de acabado.

Si me parecía difícil elegir el contenedor, el contenido se me tornaba, literalmente, imposible. Las fotos de todo el embarazo estarían seguro. Pero, ¿y qué más meter en la caja si no tenía nada?.

¿Cómo abrir la bolsa que duerme bajo la cama donde guardamos apresuradamente su ropa al salir del hospital? ¿Cómo correría esa cremallera sin que mi corazón explotase?

Pasé días pensando “bueno, cuando la abra puedo coger la toquilla verde que me regaló mi madre o el muñeco molón que me compró mi amiga María o los patucos tejidos por mi hermana Alicia”; pero cada vez veía más lejos el momento de abrirla, en el afán de no reconocer que me era insoportablemente doloroso.

Deseché la idea de profanar su ropa cuando comprendí que la “caja de recuerdos” me tenía que hacer sentir mejor, no peor. Así que recalculé ruta.

Volví al principio. Tenía la caja, las fotos… y tenía la necropsia.

Extraje de ella los datos de su cuerpo más relevantes: peso, estatura, tamaño de la huella del pie, perímetro cefálico, perímetro abdominal, perímetro torácico, peso de los pulmones y corazón.

Y se encendió la luz. Mi caja sería la traducción a belleza, de lo más terrible del universo: nuestro bebé sobre la fría mesa de una sala de autopsia.

Suena raro, lo sé, pero sentí mucha felicidad.

Hacer la caja, se convirtió en el mayor acto de amor que podía dedicarle a nuestro hijo.