Miradas en lata

Un día lo notó su corazón, aún dormido: ese jardín (siempre el mismo jardín) había sido su escuela.

María José Ferrada

A los dos meses de la tragedia, comencé a recopilar los documentos gráficos de mi embarazo. Primero con ánimo de hacer un álbum, cosa que deseché rápido, pues vi claro que no sería capaz de orquestar un discurso lineal con todo ese material.

Así que decidí imprimir en papel mate las mejores fotos, en un tamaño no demasiado pequeño pero manejable, para meterlas en una mítica lata de fotos. Así, cada vez que las mirase, cambiarían de orden, como lo hacen, en espiral, nuestros recuerdos.

Una vez me llegó a casa la primera tanda, me emocioné mucho al ponerlas todas en el sofá. Pero me parecieron pocas a pesar de ser muchas. Imprimí más. Hasta las fotos que te hacen desprevenida, que no tienen ninguna gracia, que están mal encuadradas y/o desenfocadas. Pues esas también.

Como no quería que mi memoria me fallara, me hice con el mejor rotulador permanente que encontré y fui anotando, una a una, el día exacto de su toma, con todos los datos que conseguimos recordar. En algunas incluimos anécdotas y, en otras, las citas de los libros que más nos habían calado en esta etapa. En especial del texto Pequeña Teología de la lentitud, de un poeta portugués llamado Tolentino, muy apreciado en su país, y que me recomendó un gran amigo el día que fui capaz de cogerle el teléfono.

El último día de Julio que nos reunimos con el Grupo de Duelo de la Asociación Alma y Vida (al que vamos Jesús y yo casi desde el principio) les regalamos a todos este libro. Desde la primera sesión estamos muy agradecidos, arropados en las miradas cómplices de todos los participantes que, al igual que nosotros, han perdido a sus hijos.

Los picos de los rectángulos de las fotos impresas se me hacían muy duros, así que compré por internet un troquel de esquinas y, una por una, las fui redondeando.