Si la vida no se desborda, no es vida.
José Tolentino
Mi pareja y yo estábamos convencidos de que iba a ser una niña: Elvira se llamaría y llevaría mi apellido primero y el suyo después. Hacíamos la gracia de decir: «y el Goya es para… ELVIRA COBO MELENDO». ¡Nos sonaba genial! A persona buena y brillante.
Nos imaginamos enseñándole la belleza de la vida, a disfrutar del Arte, a dejarse llevar, a emocionarse, a quererse, a trazar su camino con una base sólida de autoestima y amor.
Cuando nos dijeron que sería niño, reseteamos rápido, pero, no teníamos ni idea de qué nombre ponerle.
En un par de semanas lo tuvimos claro. Mi padre, Félix Cobo García, que fue el primero de la casa en marcharse de la vida, no podría conocer a nuestro hijo, así que, la mejor manera de honrarles a los dos, era poniendo su nombre en el otro: Félix, aquel que se considera afortunado o feliz, Melendo Cobo.
Fue lo primero que pusimos en la caja, ya que la ley no nos ha dejado ponérselo legalmente a él.
El color elegido para las etiquetas fue el azul 69c3b9, para nada por ser niño, que este color ya me gustaba mucho antes de estar de moda. Para el cuerpo de los textos elegí la Helvética, más tarde sustituida por Montserrat y para los títulos Stea: el diálogo de la sobriedad de una junto a la flexibilidad de la otra me parecieron un binomio perfecto para reflejar las dos caras de la moneda: el amor duele de manera proporcional a la intensidad con la que se ama.
