425 gr de ideas

Muy sentida es la muerte cuando el padre queda vivo.

Séneca

Su cerebro pesó 425 gr. El cráneo en el que estaba alojado midió 38 cm de perímetro, unos 12 cm de diámetro.

Me acababan de llevar a la habitación tras la cesárea y allí estaban Jesús y mi madre, que permanecieron allí inmóviles mientras me operaban. Atontada con la anestesia, no podía casi hablar. Llamaron a la puerta y tras ella esperaban dos matronas y un auxiliar con la cuna. Fueron pocos minutos los que pasamos con él. Sólo le pude mirar a través del plástico. No me pude incorporar. No me atreví a pedirles que me lo diesen. Sólo alargué la mano para tocarle la mejilla. Tenía un color precioso, limpio, dormido. Jesús sí le besó y mi madre le destapó para ver su cuerpo. Su labio elevado hacia arriba nos recordó de inmediato a los tres la cara que tengo en mis fotos de pequeña.

A las puertas del abrazo me quedé. Nos quedamos.

El padre sin su hijo, al que gran parte de la sociedad le ha negado su derecho a la tristeza, se quedó, al igual que yo, con las manos vacías y el corazón lleno de amor. Y la abuela sin su nieto, doblemente en duelo, por la pérdida de Félix y por su hija rota.

Compré una esfera de poliespan de 12 cm de diámetro y no podía dejar de tocarla. Me daba un poco de miedo que Jesús pensase que me estaba volviendo loca, pero es que eso era lo más cerca que estaría nunca de lo que hubiese sido sujetar la cabeza de Félix, yendo con él en la mochila a cualquier recado cotidiano. No cabía entera en la caja, así que le tuve que rebanar un trozo. Al tener el cutter en la mano, se me ocurrió algo genial: podía vaciar el interior, rellenarlo de piedras y conseguir el peso de su cerebro. Lo hice, lo forré con papel maché y lo pinté de blanco.

A veces, sujeto la esfera con las dos manos y apoyo el lado truncado sobre mi pecho.